El intestino de un individuo sano está poblado en gran parte por diferentes cepas bacterianas llamadas comensales (lactobacilos, bifidobacterias, etc.).
Estas bacterias comensales forman la flora intestinal "buena", que ayuda al organismo a defenderse de los agentes patógenos (bacterias y virus), reforzando las defensas inmunitarias.
Sin embargo, la flora bacteriana intestinal, que constituye la "microbiota intestinal", puede verse alterada por innumerables factores internos y externos al organismo, lo que provoca cambios en su composición, la llamada disbiosis, que puede estar asociada a trastornos intestinales.
Los factores desencadenantes de la disbiosis pueden ser:
- una dieta desequilibrada, demasiado rica en grasas, proteínas y calorías y pobre en hidratos de carbono complejos y fibras vegetales. Esta dieta poco saludable, además de favorecer el sobrepeso y la obesidad, favorece la inflamación de la mucosa intestinal y los cambios en la composición de la microbiota, con una mayor proliferación de bacterias nocivas, lo que a menudo provoca trastornos como estreñimiento y/o diarrea;
- ritmos de vida poco regulares, estrés (agudo o menos intenso, pero persistente), sedentarismo;
- la presencia de enfermedades específicas, en particular las de carácter infeccioso, inflamatorio y del sistema inmunitario
- el uso de antibióticos y tratamientos farmacológicos;
Por ello, en caso de alteraciones de la flora bacteriana intestinal, para restablecer la eubiosis y contrarrestar los trastornos asociados a la proliferación de bacterias "malas", es necesario restablecer una alimentación correcta, flanqueada por una actividad deportiva sana, recurriendo a suplementos de fermentos lácticos cuando sea necesario. Los más eficaces combinan sinérgicamente prebióticos (FOS, fibra) y probióticos.
Pero, ¿cuál es la diferencia entre probióticos y prebióticos?
Por bacterias "probióticas" entendemos aquellos microorganismos capaces de llegar vivos y viables al intestino para favorecer el equilibrio de la microbiota intestinal.
La palabra, acuñada hace unos 50 años, ha adoptado diferentes significados a lo largo de los años. Actualmente, el Ministerio de Sanidad define los probióticos como "microorganismos vivos y activos que han demostrado ejercer funciones beneficiosas sobre el organismo cuando se ingieren en cantidades adecuadas".
Son, por tanto, alimentos o suplementos de enzimas lácteas capaces de llegar al intestino, multiplicarse y ejercer una acción equilibradora sobre la microflora intestinal a través de la colonización directa. De este modo, contribuyen a mejorar las funciones fisiológicas de equilibrio del organismo mediante un conjunto de efectos adicionales a las actividades nutricionales normales.
Este grupo incluye principalmente lactobacilos, bifidobacterias, enterococos, algunos estreptococos y bacterias del género Bacillus.
Recientemente, las bacterias probióticas también han empezado a utilizarse para la prevención y el tratamiento de trastornos que afectan a órganos distintos del intestino, como la piel y el sistema genitourinario. También es bien conocido su papel en el refuerzo de las defensas inmunitarias de todo el organismo.
Por su parte, los prebióticos, o fructooligosacáridos (FOS) o fibras prebióticas de origen vegetal, que no pueden ser digeridas por el ser humano pero sí fermentadas por ciertas bacterias, se utilizan para nutrir a los probióticos, contribuyendo así a aumentar su número, así como para regularizar el tránsito intestinal, ayudando así a restablecer un correcto equilibrio intestinal.
Fermentos lácticos: ¿dónde se encuentran?
Los fermentos lácticos se encuentran de forma natural en muchos alimentos fermentados, como el yogur, el kéfir, el queso, el chucrut, los pepinillos y otras verduras fermentadas, el miso, el tempeh y los productos horneados leudados con masa madre (en lugar de la levadura de cerveza común, Saccharomyces caerevisiae).
Cuando una ingesta diaria dentro de la dieta normal no es suficiente, los fermentos lácticos pueden tomarse a través de suplementos específicos para ayudar a contrarrestar la aparición de disbiosis y trastornos de la flora intestinal.
Como la eficacia de los fermentos lácticos está ligada a la cantidad de microorganismos beneficiosos ingeridos, a la hora de elegir qué probiótico utilizar, conviene comprobar que el producto contenga varios miles de millones de células vivas por dosis diaria y al menos mil millones por cada una de las cepas bacterianas declaradas en la etiqueta.
Fermentos lácticos: ¿para qué sirven?
A menudo se plantea la pregunta: ¿para qué sirven los fermentos lácticos?
Su acción específica es mejorar la producción de mucosidad y reforzar la barrera intestinal favoreciendo el crecimiento de una flora intestinal "protectora".
Algunas cepas ayudan a sintetizar sustancias con acción antimicrobiana que contrarrestan el crecimiento de bacterias nocivas (bacteriocinas) y contribuyen a mejorar las defensas inmunitarias intestinales.
También pueden ser útiles para aliviar los síntomas del síndrome del intestino irritable (SII),
Diversos lactobacilos y bifidobacterias también son capaces de sintetizar ciertas vitaminas (vitamina K y vitaminas del grupo B), y se ha demostrado que varios microorganismos probióticos influyen en el metabolismo de ciertas sales minerales, contribuyendo en particular a la absorción de calcio y magnesio.
¿Cuándo tomar los fermentos lácticos?
Otra cuestión es cuándo deben tomarse los fermentos lácticos.
los fermentos lácticos pueden tomarse para mejorar la función intestinal siempre que aparezcan síntomas como diarrea o estreñimiento, dolor e hinchazón abdominal, producción excesiva de gases y meteorismo.
Si existen trastornos intestinales específicos que también implican terapias farmacológicas o en caso de diarrea inducida por antibióticos, el consejo es seguir las instrucciones del médico en cuanto al tipo de fermentos lácticos que se deben utilizar, según la modalidad y el tiempo de tratamiento.
¿Fermentos lácticos con el estómago lleno o vacío?
La cuestión que se plantea en este caso es precisamente cómo tomar los fermentos lácticos. En general, para que lleguen rápidamente al intestino y actúen mejor, lo mejor, en ausencia de indicaciones específicas en el envase del producto o recomendadas por el médico, es tomar los fermentos lácticos con el estómago vacío o lejos de las comidas (es decir, al menos media hora antes de comer o al menos dos horas después), repitiendo la toma 1-2 veces al día.
Si los fermentos lácticos se utilizan durante la terapia antibiótica, para prevenir la diarrea, es necesario tomarlas de 2 a 3 horas después de tomar el antibiótico para evitar que el fármaco las dañe, reduciendo su viabilidad y eficacia probiótica.
Artículo en colaboración con el Dr. Emanuele Rondina, biólogo nutricionista en Bolonia.